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Compton Burnett

En el camino

Cuando la eutanasia se legalizó, los fabricantes de respiradores artificiales fueron a la quiebra. Claro, a los hospitales les alcanzaba con tener un par, sólo para casos de emergencia, y si los médicos veían que un paciente le tomaba cariño al aparatito, o que se hacía adicto a la mascarilla, el paciente se ganaba el viaje de ida. Y cuando los últimos respiradores empezaron a fallar, a la menor señal de problemas respiratorios, le entregaban el boleto sin muchas vueltas.

Por suerte, la genética y la embriología avanzaron lo suficiente como para predecir, ya en el vientre materno, si había un asmático en camino. Y para seguir evitando sufrimientos inútiles,
legalizaron el aborto.

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